Latinoamérica en llamas

Me detengo un momento para mirar el rostro de mi hija que recién cumplió cinco años. La veo correr y hacer piruetas que ella llama ballet; todo, en medio de su risa contagiosa y de sus chistes a medio construir. Entonces, en ocasiones no puedo reprimir un deseo profundo de llorar. A pesar de que con todos mis esfuerzos procuro construirle un mundo mejor, esa fue una de las razones para volverme empresario, pero no parece ser suficiente.

Una habilidad que tenemos los empresarios y que a veces creo que es una especie de maldición, es esa capacidad de juntar información coyuntural del entorno para elaborar posible escenarios futuros. En la mayoría de las ocasiones, intencionalmente, nos obligamos a tener esperanza, pero lo cierto es que el panorama es cada vez más difícil.

Cuando escucho por ejemplo que la iniciativa del presidente de Estados Unidos; Barack Obama, para mitigar el calentamiento global está siendo atacada por algunos porque va en detrimento de sus ganancias, me hace pensar que realmente quienes están en el poder no tienen consciencia del impacto que sus acciones tendrán en el futuro; o pudieran tenerla, pero simplemente no les importa. Realmente “algo está mal”. En los próximos diez años el impacto del calentamiento global se hará sentir con mayor fuerza.

Se legisla para la conveniencia. En todo el mundo el poder es para el que puede y son sus intereses los que prevalecen. En el caso de América Latina, la cuerda se reventará por su eslabón más débil: el empleo, la salud y las pensiones. En los próximos diez años estos sistemas sobrepasarán su capacidad y colapsarán. De igual manera, los estilos de sobrevivencia que otrora eran parte normal de la vida de las personas, hoy en día, para conveniencia de algunos, se ha convertido en un delito, por ejemplo, la minería, hace años cualquiera podía buscar sus sueños bajo tierra, hoy te acusan de criminal y te encarcelan.

La gente ya no tiene lo suficiente para sobre vivir. El sistema económico está diseñado para que la brecha sea cada vez mayor, los ricos más ricos y los pobres más pobres. El costo de la mano de obra como indicador de competitividad ha hecho que en los países subdesarrollados la vida valga apenas por su capacidad de producción mientras el costo de sobrevivir es cada vez más inalcanzable. Hoy en día quienes tienen la suerte de ser profesionales, en su capacidad económica, ganan el equivalente a lo que era el salario mínimo hace veinticinco años y la carga impositiva es tres veces mayor; la necesidad de cubrir el déficit fiscal de los gobiernos nos traerá en los próximos diez años una serie de reformas fiscales y tributarias que terminará por complicarnos aún más la situación.

La oscuridad de la inconsciencia visceral le está ganando la batalla a la luz de la verdad y la justicia. En otras palabras, ya no importa matar a otro por robarle un celular, o simplemente porque es del equipo de futbol contrario o porque cruzó una calle o porque se nos antojó. Las razones pueden ser múltiples, el hambre puede ser una de ellas y ni siquiera es la más importante, el placer del consumo podría ser un motivo si no fuera tan efímero, y la sobrevivencia en un mundo cada vez más sicótico puede ser la respuesta subyacente. En los próximos diez años la descomposición social se acentuará como resultado de la mala calidad de vida de las clases con menos recursos en su desespero y por la codicia de las clases pudientes; aunque no es una regla pues este mal está en todos los niveles, pero para ser corrupto hay que ser “doctor”, claro, no me refiero a los médicos.

La recuperación económica de los Estados Unidos y la de Europa, traerá sus víctimas. Están soñando quienes piensan que esa recuperación permitirá mayores oportunidades de negocios. Lo que está sucediendo es una transfusión de nuestra sangre, sudor y lágrimas para que el poder económico, sobre todo el representado por Donald Trump, sea cada vez más avasallador y fuerte. En los próximos diez años, más o menos del treinta por ciento de nuestra población de pequeña y mediana empresa desaparecerá y se verá reemplazada con nuevos emprendimientos con un futuro incierto, pero las estadísticas de cantidad de empresas nos mantendrán ciegos frente a la realidad.

Esto ya ha estado pasando, el grueso de nuestra composición empresarial actual son organizaciones con menos de diez años de vida, sólo uno que otro sobrevive y ha alcanzado los quince o veinte años, esto implica un relevo que pone a gente nueva tratando de hacer empresa pero la realidad es que muy pocas tienen éxito y logran sostenerse.

El 88 por ciento de las empresas en América Latina están dedicadas al comercio y a los servicios, es decir no producen nada y sus productos provienen especialmente de las importaciones; con el dólar con la tendencia que muestra no es difícil prever lo que va a suceder. Sólo el doce por ciento de nuestro tejido empresarial es productor pero no tienen los niveles de competitividad necesarios para sostenerse. De todas maneras las importaciones no se van a detener pues dejarían un vacío que la empresa local no puede suplir, significa esto que simplemente subirán los precios y el costo de vida estará disparado.

En los próximos diez años el índice de precios al consumidor y por ende la inflación serán más altas que de costumbre, a pesar de lo que indiquen las cifras oficiales.

No, no se trata de ser apocalíptico; se trata de pellizcarse y despertar. Mirando a mi niña me doy cuenta de que no puedo darme por vencido y que sí, aunque es una tarea de todos, los empresarios somos una pieza clave para la superación de esta atroz realidad. Somos nosotros quienes mediante nuestro esfuerzo y compromiso podemos construir una mejor realidad: ¿cómo? Primero dejando el discurso y pasando a la acción.

Debemos dejar de actuar sólo para que nos vean, como parece ser el caso de las asociaciones de empresarios y de comerciantes. Debemos aprender a ser colegas y compartir nuestros conocimientos y darnos oportunidades los unos a los otros. Las grandes ganancias durarán poco si nuestro entorno está arruinado socialmente. Productividad, competitividad, innovación y emprendimiento deben dejar de ser un mar de ilusiones y convertirse en un modo de vida.

Debemos ir más allá de las palabras y los números y preocuparnos por las personas, no sólo por la juventud, sino por todas las personas. Debemos rescatar los talentos que no aparecen en las hojas de vida ni en las pruebas psicotécnicas pues de allí sacaremos verdaderas ventajas competitivas y de paso rescataremos el tejido social. Esto lo digo porque uno de los grandes destructores de nuestra sociedad se llama “proceso de selección”. Sí, América Latina vivirá diez años bajo fuego, de acuerdo a lo que muestran las tendencias económica, política, social y ambiental; espero que lo que hagamos los empresarios sea contundente y sea un oasis en este desierto.

Wilson Garzón Morales

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