Gerente – Líder

Cuando hablamos de las cualidades que un gerente necesita para sobresalir, siempre se debe tener en cuenta el tema del liderazgo. Sobre este tema se han escrito tantos libros que se podría construir una casa con ellos, apilándolos uno a uno; sin embargo, todavía en el ámbito empresarial encontramos problemas profundos de falta o mala dirección del liderazgo.

Cuando era docente de propaganda política e institucional de la Universidad Cooperativa de Colombia, con sede en Medellín, necesité desarrollar un mecanismo que les permitiera a mis estudiantes distinguir, analizar e influir sobre los diferentes tipos de líderes que encontramos en la sociedad. Nos dimos a la tarea de averiguar, no tanto sobre comportamientos y actuaciones que son visibles y sobre los cuales tratan los libros que mencioné, sino sobre de dónde nace el liderazgo. Por supuesto, después de algunos meses de investigación llegamos al siguiente resultado:

Nos encontramos con una realidad. El liderazgo no es un talento ni una virtud sino una manera de asumir la vida. El problema es que esa manera se asume demasiado temprano en la vida y cuando ni siquiera somos conscientes de ello:

A esta bebé, cuando cumplió seis meses de edad le ocurrió una cosa importante. Hasta entonces la vida de la niña había transcurrido en la cuna, con su mantita y en los brazos de sus papás. Pero a los seis meses, la mamá la soltó por primera vez para que empezara a gatear. Se encontró con un mundo totalmente nuevo y desconocido, un entorno donde lo único cierto era la incertidumbre, lo cual indudablemente le hizo sentir mucho miedo. Es por eso que a este entorno lo denominamos la “zona de miedo”; claro que podría tener un nombre menos aterrador.

A la niña se le presentaron dos opciones para asumir ese entorno desconocido. La opción uno era tratar de regresar a los brazos de su madre y como esto no es posible, optar por ensimismarse, bajo la teoría de que si se queda quieta el entorno no la atacará. La mejor manera de lograr esto es generando una barrera mental que la proteja del ambiente. La opción dos era ir, gatear hasta dominar poco a poco los espacios para que se le fueran haciendo familiares y eliminarlos de su “zona de miedo”. Ese dominio se ejercería sobre las cosas y las personas de tal manera que nada escapara a su atención, y no permitiría que una cosa o persona nueva permaneciera sin explorar y controlar por mucho tiempo. Tengamos en cuenta las diferentes influencias de los procesos educativos y de interacción social, aún así ese primer momento tiene tendencia a prevalecer como una marca en el tiempo.

Supongamos que han pasado veinte años y que una persona aprendió a moverse con relación a estas opciones. Después de veinte años algunos procesos se han dado. Si ubicamos el desarrollo de ambas opciones en un plano cartesiano nos encontramos con la primera en el eje de la X, y la segunda en el eje de la Y, cada una con diez puestos en lo positivo y diez en lo negativo.

Cada uno de los puntos significa un grado de degradación o de estructuración de acuerdo al impacto del relacionamiento con el entorno. Degradación que puede ser autodestructiva, y estructuración que puede ser excesiva. Ambas cosas se dan en ambos ejes.

Debemos aclarar que el marco de la investigación es la psicología transaccional, la comunicación humana y los análisis se realizan a partir del lenguaje que las personas utilizan en su vida diaria para nombrarse a sí mismos y/o a los demás. Su objetivo primordial es de ubicación e interpretación para a partir de ahí, trazar estrategias de persuasión.

Tomemos primero el eje de la X. Esta persona ha tratado de esconderse del mundo, sin embargo en la medida que se va alejando del centro de la gráfica hacia la izquierda, espacio negativo, se va sintiendo cada vez más amenazado, perseguido y poco aceptado. De tal manera que sus relaciones y su ejercicio en el medio ambiente vienen cargados de una presunción de no ser apropiado ni permitido y por lo tanto no digno de una evaluación positiva. Este sujeto utiliza expresiones sobre sí mismo tales como: “Nada de lo que hago sirve”, “no le parezco agradable a nadie”, “en ninguna parte me quieren”. Se genera así un complejo permanente de víctima que siempre buscará la misericordia de los demás.

En el otro extremo de la línea, el espacio positivo, la persona aún escondiéndose del mundo está consciente, pero sin conocer el significado, de que en su autoencierro se generan la mayoría de sus problemas, por lo tanto su posición siempre es de culpabilidad. Este tipo de personas, por esa misma razón, se castigan a sí mismas permanentemente. No es extraño entonces que estas personas utilicen expresiones como; “Yo si soy estúpido” o “Yo si soy boba”, “Yo si soy necio”, “Bruta de mí” y así por el estilo, usadas de la manera más natural, generalmente medio en broma, pues no tienen esa carga melodramática de sus coterráneos del otro lado de la línea.

Una consecuencia de ese encierro ante el entorno es la necesidad de una mano que le permita moverse por esa zona de miedo. Esta persona siempre estará en espera de guía o de lo contrario se paralizará y no es capaz de generar ningún tipo de movimiento. Podría decirse, aunque no se puede generalizar en este punto, que a estas personas les falta iniciativa, voluntad, compromiso y sentido de pertenencia. Sin embargo, están dispuestas a hacer lo que se les diga, pues de esta manera se les alivia el dolor de ser víctimas o de autocastigarse.

A este fenómeno se le denomina el gregarismo. Esta situación hace que se establezca una relación simbiótica con los sujetos que se ubican en la línea vertical. Recordemos que la principal característica de estos personajes es que salieron a dominar su entorno y todo lo que en él se encuentra, objetos y personas.

En la parte superior del eje encontramos a un sujeto que, si bien su naturaleza es controladora, su formación de carácter “pseudo – humanista” lo inclina hacia la búsqueda de un bienestar y un “mejor estar del otro” aunque esto implique “desvanecer” la propia identidad de este.

En la investigación encontramos que dirá expresiones como: “Lo hago por su propio bien”, “Lo voy a cambiar para que sea una mejor persona”, “Hago lo que sea por mi gente, aunque a ellos no les guste”. Es el Líder Salvador. Aunque se encuentran patrones comunes, no se puede confundir este liderazgo “salvador” con una actitud paternalista. Esta proviene del gregarismo y promulga un “dejar ser”, que el líder salvador no puede permitir.

En el otro extremo del eje encontramos a un sujeto que sólo busca la satisfacción de su egocentrismo aunque tenga que pasar por encima de lo que sea. Es un líder porque ejerce influencia y controla a las personas que se hallan en su entorno, pero no le importan. A un sujeto como este le interesan demasiado los resultados.

Al igual que el anterior enfatiza la construcción de los procesos en la adecuación de las personalidades de los sujetos al estilo de la suya. La diferencia radica en que este tipo de líder basa su dominio en la “supresión” forzada de la dignidad del otro.

En este tipo de líder escuchamos expresiones como: “Si uno no le dice todo, las cosas no se hacen como se deben hacer”, “Usted definitivamente sí es un inútil”, “Tarado, así no es”, “Usted nunca hace nada bien”, “Ese puesto suyo, mucha gente afuera lo está esperando, y por menos plata”. A este tipo de líder se le denomina “destructivo”, acaba con cualquier dignidad, iniciativa, proactividad o creatividad y cuando la gente se libera de él queda como si le hubieran hecho una lobotomía.

Es inevitable que todos los seres humanos nos ubiquemos en uno u otro punto de la línea. Para algunas cosas seremos líderes y para otras seremos gregarios. Sin embargo, sólo una posición sobresale en nuestra personalidad y es ella la determinante de nuestro comportamiento normal. Podemos inclusive interpretar papeles de líderes y de gregarios a conveniencia, según vayamos cambiando de escenarios, pero la posición dominante siempre se revelará y nos traicionará, y nos mostrará tal cómo somos.

Se debe reconocer que la formación tanto del liderazgo como del gregarismo provienen simplemente de una programación y por lo tanto es susceptible de reprogramarse, aun siendo de las cosas más profundamente instaladas en nuestra personalidad. Aunque este es un plano del cual uno no puede salirse, lo ideal es encontrar el justo equilibrio entre ambos extremos, ser un líder cercano al gregarismo y viceversa.

Algunas personas en su programación hallan este equilibrio en el cual pueden, en el caso del líder, aportar y orientar sin dominar, o criticar sin destruir, aunque en este caso siempre habrá una influencia negativa. O en el caso del gregario, puede reconocer sus debilidades sin afectar su dignidad y sin creer que se tiene la culpa o que otro tiene la culpa.

El problema radica en cómo nosotros aprendemos a distinguir quién es quién. Para esto, en nuestro proceso de investigación determinamos varios grupos de estudio, en el cual incluimos niños, y la relación con sus padres, para encontrar las formas de programación.

Por supuesto, encontramos patrones que se distinguen en cuanto al aprendizaje del respeto por el otro o de la violencia hacia el otro, al igual que patrones de supresión de la propia personalidad orientándola hacia la generación de sentimientos de culpabilidad o de victimización.

Y ¿qué hacer con esa información? Se trata aquí de influenciar a quienes influencian y a quienes necesitan ser influenciados. A partir del análisis de la ubicación en el plano, se debe trazar una estrategia de uso de lenguaje de programación neurolingüística, desde la “expectativa de la autorrealización”, para hacer que el sujeto haga lo que deseamos que haga. La metodología minimiza el porcentaje de error.

Para el gerente será conveniente saber en qué posición se halla su personal y a partir de allí, adecuarse asumiendo roles de situación, logrando que si es un líder “ordene”, y si es un gregario, se deje “guiar”.

Wilson Garzón Morales

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